HANS VON BÜLOW: profesor e intérprete (I)

Todos aquellos que escucharon a Hans von Bülow en un recital durante su gira por América en 1876, presenciaron una forma de tocar que era al mismo tiempo erudita y convincente. Unos años antes, en 1872, fue Rubinstein el que triunfó. El torrencial esplendor de su pianismo, sus intensos crescendos y susurrantes diminuendos, o su maravillosa variedad de contrastes sonoros fueron una revelación. Exhibía todo su magnetismo personal y el público americano estaba a sus pies.

Von Bülow era un intérprete de diferente calibre. La claridad en el toque y la cuidadosa exactitud hasta el más mínimo detalle hicieron que los críticos lo describieran como un músico frío y distante. Era un profundo pensador y analista. Mientras tocaba, se veía, como reflejada en un espejo, cada nota, frase y marca dinámica que se encontraba en la obra. De un recital de Rubinstein, el oyente se marchaba apaciguado, asombrado, inspirado, animado, pero poco dispuesto a abrir el piano o tocar esas teclas que habían chispeado y centelleado bajo esas maravillosas manos. Por otra parte, después de escuchar a Von Bülow, el impulso era dirigirse hacia el instrumento y reproducir lo que acababa de parecer tan claro y lógico, tan simple y fácilmente alcanzable. Daba la impresión de que no era difícil tocar el piano de esa forma. Era como si el pianista nos hubiera dicho: “¡Cualquiera puede hacer lo que yo hago, si dedicas la misma cantidad de tiempo y estudio que yo he dedicado. Escucha y te enseñaré!”

Hans Von Bülow
Dominio público

Von Bülow fue un gran estudioso de las obras de Beethoven. Su edición de las sonatas destaca por aportar una profunda experiencia de aprendizaje, claridad y exactitud en los más mínimos detalles. En sus recitales por América intentó que estas obras fueran más conocidas y comprendidas. Tampoco descuidó a Chopin, y aunque sus lecturas de la música del genio polaco puede que carezcan de la belleza sensual del toque y el sonido, su interpretación siempre era sensata, enérgica y hermosa.

En un final de temporada de los años ochenta, se anunció que Von Bülow vendría a Berlín e impartiría unas clases en el conservatorio Klindworth. Se trataba de una oportunidad extraordinaria para recibir clase de un músico y pedagogo famoso, y alrededor de veinte pianistas se matricularon para participar en esas sesiones. Algunos de estos estudiantes llegaron desde Frankfurt con el músico, ciudad en la que por aquél tiempo residía.

Carl Klindworth, pianista, profesor, crítico, editor de las obras de Chopin y Beethoven era el director del conservatorio. Los dos hombres eran buenos amigos, lo que está demostrado por el hecho de que Von Bülow estaba dispuesto a recomendar la edición de las obras de Beethoven realizada por Klindworth, a pesar de que él mismo había editado muchas de las sonatas. Otra prueba es que estaba listo para dejar su trabajo en Frankfurt y viajar a Berlín para verter el brillo de su nombre y fama sobre la escuela Klindworth, la más joven de las instituciones musicales de esa capital atestada y saturada de música.

Era una soleada mañana de mayo cuando el director entró en el aula de música con su invitado y lo presentó a la clase. Vieron en él a un hombre bastante por debajo de la estatura media, de cabeza grande, frente ancha y con unos ojos oscuros muy penetrantes que brillaban detrás de las gafas.

Él saludó a la clase diciendo que estaba encantado de ver a tantos estudiantes trabajadores. Sus movimientos, mientras miraba alrededor de la habitación, eran rápidos y vivos. Parecía que estuviera viendo todo de un primer vistazo y los alumnos se percataron de que nada se escapaba a esta mente tan activa. La clase se reunió cuatro días a la semana y las sesiones duraban desde las nueve de la mañana hasta bien entrada la una de la tarde. Se anunció que únicamente se iban a tocar y trabajar obras de Brahms, Raff, Mendelssohn y Liszt, por lo que no era necesario traer nada más a clase. De hecho, Brahms ocupó un lugar de honor.

Además de analizar y tocar obras de lo más interesante, quizás lo más útil de esas horas que pasamos con el gran pedagogo fueron los continuos comentarios y sugerencias en cuanto a la técnica, la interpretación, la música y los músicos en general. Von Bülow hablaba rápido, de forma nerviosa, con una mezcla entre alemán e inglés, a menudo repitiendo en un idioma lo que había dicho en el otro por consideración a los americanos e ingleses que estaban presentes.

En el ámbito de la enseñanza Von Bülow exigía las mismas cualidades que eran evidentes en su interpretación. La claridad en el toque, la exactitud en el fraseo y en la digitación eran sus primeros requerimientos. La transmisión de la idea del compositor debía ser exactamente como éste lo había indicado: no se permitía ningún tipo de libertad con el texto. Era tan honesto y recto en su actitud hacia los buenos compositores que para sus ojos era un pecado alterar cualquier cosa de la partitura, aunque estaba a favor de añadir alguna marca de fraseo o expresión que ayudara a entender las intenciones del compositor. Todo lo que decía y hacía mostraba un profundo conocimiento del tema y buscaba ese tipo de inteligencia en el alumno. Un fracaso en este sentido, una incapacidad para captar de inmediato las ideas que intentaba transmitir, molestaría al sensible y nervioso profesor. Se volvería impaciente, sarcástico, y empezaría a caminar por la habitación de forma apresurada. Si en este estado veía poco que realmente valiera la pena de la actuación del alumno, cualquier error se magnificaba, lo que empequeñecía todo lo que había sido excelente. Cuando el león empezaba a rugir, los estudiantes se mostraban circunspectos y mansos. Otras veces, cuando todo marchaba bien en el aula, se respiraba una suavidad tolerable. No se preocupaba mucho de la técnica porque se esperaba que cualquier estudiante que acudiera a él tendría una sólida formación en este campo. Su principal preocupación era que estuviera claro el contenido y la interpretación de la  obra. En sus clases tocaba a menudo frases y pasajes sueltos para y con el alumno, pero nunca tocaba una obra completa.

Uno de los aspectos más destacados de este hombre tan excéntrico era su memoria prodigiosa. Casi cualquier obra para piano que era mencionada, la conocía y podía tocar de memoria. A menudo comentaba que un pianista no podía ser considerado un artista si no era capaz de tocar al menos doscientas obras de memoria. Él no solo cumplía este requisito respecto a la música para piano, sino también hacia el repertorio orquestal. Como director de la famosa orquesta de Meiningen, no utilizaba la partitura, lo que era una proeza en aquella época. Era un trabajador nato y su renombre en todo el mundo de la música fue más grande por su incesante trabajo que por su genio.

De las muchas sugerencias que hizo en la masterclass de Berlín, se recogen las siguientes:

“Tocar con corrección es de lo más importante. En segundo lugar hay que tocar con gusto. Un toque saludable es lo principal. Algunas personas tocan el piano como si sus dedos tuvieran migraña y sus muñecas reuma. No toques con el lateral del dedo ni golpees lateralmente porque entonces el toque será débil e inestable. Lo primero que tenemos que trabajar es la claridad. Cada línea, compás y notas deben analizarse desde el punto de vista del toque, el sonido, el contenido y la expresión.

Tú eres siempre tu primer oyente. Hacer autocrítica es lo más complicado.

Cuando entra un nuevo tema debes dejarlo claro al oyente. Todas las características de ese nuevo tema, la diferente figuración, etc., deben ser plásticamente resaltadas.

La brillantez no depende de la velocidad sino de la claridad. Lo que no está claro no puede resplandecer o brillar. Utiliza tus dedos más fuertes en los pasajes brillantes evitando utilizar el cuarto dedo siempre que sea posible. Para que una escala sea brillante y poderosa no debe tocarse demasiado rápida. Cada nota debe realizarse con un sonido redondo y pleno y no demasiado legato (más bien un mezzo legato), de forma que los sonidos, tocados con las manos juntas, sonarán como octavas. Uno de los aspectos rítmicos más difíciles es tocar pasajes en los que dos notas alternan con tresillos. Las escalas deben estudiarse de esta manera, alternando tres notas contra dos.

Debemos conseguir que todo suene bien, agradablemente, esto es, tenemos que buscar una sonoridad que sea digna de admiración. Se puede hacer que un pasaje aparentemente disonante suene de forma satisfactoria buscando lo más interesante que hay en él y resaltándolo. Practica los acordes disonantes hasta que agraden a tu oído a pesar de su dureza. Piensa en los instrumentos de la orquesta y sus diferentes cualidades sonoras e intenta imitarlos en el piano. Piensa que cada octava del piano tiene un color diferente y entonces sombrea y colorea tu manera de tocar. ¡Por favor, da color a la música!

CONTINUARÁ...


BIBLIOGRAFÍA:

Brower, H. (1915). Piano Mastery. Talks with master pianists and teachers. New York: Frederick A. Stokes Company.

Traducción: Francisco José Balsera Gómez

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